viernes, 18 de marzo de 2011

Els contrastos...

 Cenita en casa de los amigos de la 'Hjelen (Elena, la meva cunyada, una de mis "hermanas" españolas). "Pisito" frente al parque del Retiro, en una de las zonas más pijas de Madrid, y digo "pisito" porque era un hermoso departamento señorial antiguo, con muchas habitaciones dispuestas a lo largo de un pasillo eterno.
La 'Hjelen en la Patagonia, en el 2009
 Tertulia con los amiguetes de la 'Hjelen, chicos bien de Madrid, hijos de Guardia Civil, con una cultura general impresionante, reflejada en profundas conversaciones acerca de arte, literatura, inabarcables anécdotas de conciertos y festivales a lo largo y ancho del mundo, y también, como quizá sería esperable de quienes están al tanto de lo que pasa (y yo, que de tan cordobés, no lo hubiera esperado), muy al día con las corrientes, las tendencias y la moda.
 Yo estaba alucinando: tras temas tan profundos surgían tópicos extrañísimos, como por ejemplo: los cuellos de tortuga (poleras), ¿sí o no? Debate encendido, argumentos a favor y en contra (con claro predominio de estos últimos). El acuerdo se cerró en "no siempre", y "preferiblemente en ciertos tonos", tales como "azul oscuro, verde musgo, o grises cenicientos". La razón de por qué estos colores, así como el contenido del concienzudo debate que los habría llevado a esa irrevocable sentencia cromática, fueron, son y serán un misterio para mí. Lo más llamativo era el acuerdo unánime, justo sobre un tema tan poco argumentable como el gusto por la vestimenta (a menos si lo que se busca es llegar a alguna conclusión), y nada menos que en España, donde el saber popular versa "para gustos, los colores" (nunca tan bien acotado).
 Sigue la tertulia, y surge la anécdota de cierto personaje, compañero de trabajo de uno que, a su humilde entender tendría cierto déficit sensorial o propioceptivo que explicaría el hecho de que no se de cuenta de lo mal que huele su propia persona. Mi contertuliano ensaya diferentes teorías para explicar cómo el mentado no se da cuenta de la relación, clara y obvia a sus ojos, entre el olor de éste y su escaso éxito con las mujeres. Surgen entonces ingeniosas hipótesis, algunas con basamentos genetista, otras partiendo de la crianza, a la que se le adjudica una importancia capital en la cuestión. "¡Es lo más básico de la higiene personal! Tanto que ni me acuerdo cuándo me enseñaron a usar desodorante o a usar la lavadora". Se impone este argumento, que estribaba en la indiscutible naturalidad de la ducha diaria y del empleo de desodorantes y perfumes como elementos inalienables de la asepcia y la higiene personal, de tal manera que ya no tiene sentido continuar la discusión...
Mariete descansando en la choza, Valdemanco, Madrid

 Al día siguiente, en una choza a unos 80 kilómetros al norte, sobre la sierra de Guadarrama, me encuentro con mi amigo Mario que, aprovechando la calidez del solcito invernal, está en cuero. Me llaman la atención unas pequeñas manchas en su abdomen.
- "Mariete, ¿qué son esas manchitas que tenés ahí?"
- "¿Qué? ¿Esto? Nada, ¡unos hongos que me salen en esta época del año!"


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